Noticia Ampliada
- 31/12/1969
- Acuerdos perfectos pero imposibles
Por Leonardo Glikin, Presidente de CAPS Asociación Civil, www.caps.org.ar
-Bueno Doctor, mándeme el acuerdo por mail, lo analizo con la almohaday mañana le contesto- Quien eso dice cree, de buena fe, que es
exactamente lo que va a hacer. Sin embargo, no va a poder cumplir.
Porque la almohada le va a sugerir que busque una segunda opinión, que
converse el tema con la familia, y con algún otro profesional. Por las
dudas.
No es que desconfíe de su abogado, pero se dicen tantas cosas .
¿Y si hay algo mejor para pedir?
¿Y si resulta posible mejorar el texto, para asegurarse más aun de que
no haya ningún riesgo de incumplimiento de la contraparte?
Después de una primera lectura, es posible que el dueño de la almohada
piense:
-Ah y a mí me están pidiendo algunas cosas que no sé si voy a
conceder, porque demuestran que el otro no tiene hacia mí la misma
estima que yo me tengo a mí mismo. Por ejemplo, yo sé que soy
cumplidor de mi palabra. Sin embargo, del texto que me mandó el
abogado se desprende que la otra parte desconfía. Si desconfía de mí,
entonces, no tiene sentido hacer ningún acuerdo-
El protagonista, cada vez más indignado, no responde al día siguiente.
Obviamente, su abogado no vuelve a llamarlo para explicarle que el
tiempo del acuerdo es mágico, y que, si se lo deja pasar, es posible
que no se repita en las mismas condiciones. La razón por la que no
vuelve a llamarlo, es para que el cliente no crea que el abogado tiene
un interés particular en hacer ese convenio.
Entonces, pasan tres días, en los cuales el interesado consulta, no
sólo con su almohada (que le aconseja, indignada, que no firme) sino
que conversa con parientes y amigos, quienes, a su vez, le recomiendan
que vaya a consultar a otro abogado.
El punto en común, entre parientes y amigos, es que no suelen conocer
la historia del conflicto a fondo, y que, en lugar de tratar de
ponerse en los zapatos del interesado, contestan desde su propia
experiencia, desde sus propios sentimientos y valores pero con el
pellejo del otro.
-Yo, en tu lugar, no le doy nada-
-¿Y cuál será el interés de tu abogado para que hagas este acuerdo?-
-No te apurés, vas a ver cómo el otro viene al pie-
Es probable que, finalmente, el interesado venga munido de una serie
de modificaciones, que desnaturalizan absolutamente el convenio
original.
Pero como es tan fácil la comunicación (simplemente, mandar un mail
a la otra parte) eso es lo que hace su abogado. Y en ese momento
inicia el mismo proceso del otro lado.
Porque, el poder inaudito que tienen las almohadas, es el de hacernos
creer que el otro no tiene almohada ni parientes, ni amigos.
La almohada nos convierte en autistas que sueñan con resolver el
conflicto con el otro como si estuviéramos solos.
Pero, ¿acaso esto no fue siempre así?
No, esto es, en gran medida, consecuencia de la rapidez con la que
podemos modificar un texto, y enviarlo por mail a otro, quien, a su
vez, puede hacerlo revisar por infinita cantidad de asesores y
opinadores.
Con menos tecnología, las partes en conflicto no tienen más remedio
que participar (aunque cada uno esté en una sala diferente) no sólo de
la negociación, sino, fundamentalmente, del proceso de redacción y
firma del convenio.
Es eso lo que persigue la filosofía de la mediación, pero que no
siempre se cumple, porque la práctica de la consulta con la almohada
es, para muchos, la estrategia dominante.
Eso nos lleva a que los acuerdos sean, técnicamente cada vez más
perfectos, pero, como cada contrincante se sitúa en espejo con el
otro, en lugar de ceder cada uno en función de un acuerdo, se tensan
las posiciones hasta el punto de conseguir que el acuerdo sea imposible. Historial de noticias