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Noticia Ampliada

  • 25/11/2024
  • ¿Por qué no regalar un libro?

Por Rocío Bressia, Fundación Leer, www.leer.org.

Cuando Lucía Peláez era muy niña, leyó una novela a escondidas. Lo leyó a pedacitos, noche tras noche, ocultándola bajo la almohada. Ella la había robado de la biblioteca de cedro donde el tío guardaba sus libros preferidos.
Mucho caminó Lucía, después, mientras pasaban los años. En busca de fantasmas caminó por los farallones sobre el río Antioquia, y en busca de gente caminó por las calles de las ciudades violentas.
Mucho caminó Lucía, y a lo largo de su viaje iba siempre acompañada por los ecos de los ecos de aquellas lejanas voces que ella había escuchado, con sus ojos, en la infancia.
Lucía no ha vuelto a leer ese libro. Ya no lo reconocería. Tanto le ha crecido adentro que ahora es otro, ahora es suyo.
Eduardo Galeano, “La función del lector / 1”, El libro de los abrazos, Buenos Aires, Catálogos, 2003.

Lucía no sabía de valores culturales, pero sí de tesoros escondidos.
En realidad, los regalos son ofrecimientos que por voluntad o costumbre se ofrecen a otro en un gesto casi religioso: es como entregar un mundo, una experiencia, un escenario, la vida de un puñado de sujetos, creencias, dichos, sueños o la experiencia intransferible de la imaginación. Cuando el regalo es un libro, esa explosión es simultánea.

Los adultos nos afanamos en promover la lectura en los niños en gestos vacíos, poses de una cultura del consumo, o respuestas a un listado de experiencias pertinentes. Como autómatas, concebimos a los niños como resultados de nuestras propias convicciones, sueños y objetivos y, paralelamente, de nuestros fracasos, nuestras desilusiones. En realidad, regalar lectura a los niños es ofrecer una experiencia, invitar a descubrir algo que para nosotros ya es camino allanado, como quien llama e invita con su mano desde el final del trayecto. Como el gesto de tras haber terminado un libro regalarlo con la intención de que el otro viva lo mismo que yo, lo disfrute y así nos volvamos cómplices.

Regalar un libro es acercar una experiencia que trasciende al texto que, como en Lucía, deja un huella a lo largo de la vida, inaugura un camino en el que el libro es visto como un objeto preciado, enigmático. Se asientan las bases para una relación que durará toda la vida, la relación más misteriosa de la cultura, la relación entre un texto y un lector.
Lucía deja de ser niña, se vuelve vieja, la novela le queda lejos en su vida, muy lejos. Atrás quedó el robo, su tío y la almohada como escondite. El libro ya no existe, no afuera de ella, ya es suyo. “Qué son las palabras acostadas en un libro? ¿Qué son esos símbolos muertos? Nada. ¿Qué es un libro si no lo abrimos? Es simplemente un cubo de papel y cuero, con hojas; pero si lo leemos ocurre algo raro, creo que cambia cada vez.”[1] Dar acceso a esta felicidad, posibilitar esta experiencia, asegurarla, señala la oportunidad de un regalo mágico, irrepetible; el regalo entre todos los regalos.

[1] Extractos de una conferencia pronunciada por Jorge Luis Borges en la Universidad de Belgrano el 24 de mayo de 1978, publicada al año siguiente en el libro Borges oral, Emecé Editores / Editorial de Belgrano, Buenos

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